UN BELLO CORAZON

"…Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre… Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas” (Juan 20:15-18).

Previo a su encuentro con Jesús, María Magdalena había vivido una vida miserable. Desde enfermedades, que no había podido cuidar, haber sido abusada y despreciada incluso por su misma familia. Nadie amaba ni consolaba a esta mujer desolada mujer. Sin embargo, encontrarse con Jesús, fue un punto de cambio en la vida de María Magdalena.
Habiendo recibido las respuestas de Dios a sus problemas en cuerpo y en espíritu, María Magdalena llegó a comprender el verdadero propósito de su vida y recibió de Jesús, la clase de amor que este mundo no conoce. En un interminable esfuerzo por corresponder al amor de Jesús, ella se entregó a sí misma hasta el momento en que Él murió y después de Su resurrección, fue honrada siendo la primera persona que lo vio.
Muchas personas dicen haber recibido una nueva vida a cuenta de la gracia de Nuestro Señor y confiesan, “De la misma forma que lo hizo María Magdalena, amaré la iglesia y serviré al pastor con toda mi vida”. En medio de estos individuos hay algunos que tienen un concepto equivocado de María Magdalena y se aferran a Dios de una manera carnal y dicen, “Anhelo a Dios de la misma forma que los hizo María Magdalena”. Hay otros que son incapaces de descubrirse a ellos mismos y dicen, “Estoy cercano al espíritu”, lo cual les obstaculiza alcanzar logros y crecimiento espiritual.
¿Qué clase de corazón tenemos que tener a fin de volvernos tan bellos como María Magdalena quien nunca olvidó la gracia de Nuestro Señor?

1. Un corazón que no ‘mal interpreta’

La mayoría de las personas desean ser amadas tanto como se entregan ellas mismas; de lo contrario, mal interpretando la situación y se sienten molestos. María Magdalena buscó recompensar la gracia que había recibido del Señor con toda su vida y lo amó sin cambios en su corazón. Tomen en cuenta que Jesús no amó a María Magdalena de forma exclusiva. Ya que Él siempre estaba rodeado por Sus discípulos y por las multitudes a donde sea que iba. En ocasiones pudo parecer que Jesús estaba descuidado y apartado de ella. Sin embargo, María Magdalena nunca se molestó pensando, ‘Ah, Él habla demasiado con Pedro’ o ‘Él sonríe con tanto cariño a esa mujer’. Ni nunca se desanimó, cuestionándose, ‘le he servido al Señor y a Sus discípulos con las ganancias que he recibido por mi trabajo, pero ¿Por qué no soy amada más?’
María Magdalena siempre se aseguró que Jesús llevara a cabo Su ministerio público con facilidad. Su amor por Él fue intenso pero nunca se formó una idea equivocada de Jesús aun cuando no tenía ni la oportunidad de hablar con Él; pues ya había recibido el amor dador de vida y su confianza en Jesús y no había nada que pudiera hacer tambalear esa confianza. Sin importar lo que Él hiciera o dijera, ella lo pudo comprender. Ella y Jesús se habían entregado mutuamente el corazón no solo en pensamientos sino también en espíritu.
Las personas dicen que se “conectan” cuando están realmente enamoradas y cuando se sienten cerca el uno del otro. De antemano saben lo que está pensando el otro solamente con mirarle a los ojos o con sus expresiones faciales. Y esto es más real y evidente en el espíritu. Las personas en el espíritu pueden servirse unos con otros con todo el corazón sin esperar recibir algo a cambio, y no mal interpretan ni se sienten molestos entre ellos. Aun cuando hay diferencias en opiniones, las personas con bondad se ponen primero en el lugar de los otros y pueden incluso comprender la intensión y el corazón del otro.
María Magdalena experimentaba esto mismo en su servicio a Jesús, a Sus discípulos y a la multitud que le acompañaba. Ella no presumía, diciendo, “Jesús y yo somos muy cercanos”, ni quebrantaba la paz de ninguno. No estaba interesada en hacer simplemente lo que estaba supuesta a hacer y lo hacía sin esperar ser elogiada por su trabajo. Cuando otros eran amados y elogiados, ella se regocijaba al saber que el Señor también se regocijaba.
Motivados por la gracia que reciben, muchas personas confiesan a Dios, “Dios, te amo con todo mi corazón. Creo en Ti completamente sin importar lo que digas”, pero cuando enfrentan limitaciones, ese amor y esa confianza se diluyen. Cuando sienten que no fueron amados de la forma que esperaban o que no fueron tan amados como otros, se sienten desalentados. Tales individuos están propensos a desanimarse, diciéndose a sí mismos, ‘me he entregado totalmente y he amado más que los demás’ o ‘me imagino que no seré amado ni reconocido aunque me esfuerce en sobre manera’.
No hay mal entendidos en el verdadero amor. Aun cuando alguien es reprendido enfrente de muchas personas, no lo considerará como un problema o tropiezo si posee un verdadero amor. En lugar de desanimarse cuando otros son más amados y más reconocidos, él se regocijará.
Para María Magdalena, el gozo de Jesús era su gozo y el deseo de Jesús era su deseo. Si Jesús entregaba a otros un valioso obsequio que ella le había dado, creen ustedes que habrá pensado, ‘¿No sabe Jesús cuánto me costó prepararle eso?’. Ella estaba agradecida, reconociendo que Él usaba este presente en el momento que Él escogía.

2. Un corazón desinteresado

Uno no puede recompensar la gracia cuando está buscando solamente satisfacer su propia codicia. Aquí, “codicia” hace referencia no solamente a las posesiones materiales sino también a todos los motivos e intereses egoístas, tal como buscar el beneficio propio y el de su familia, su reputación orgullo, autoridad y comodidad. Cuando alguien tiene motivos e intereses egoístas es obligado esperar algo en recompensa.
Entre los seguidores de Jesús estaban aquellos que, motivados por la codicia, esperaban obtener algo en el borde de Su manto mientras manifestaba un gran poder y era amado. Había otros que buscaban disfrutar de riquezas y de prosperidad cuando Jesús estableciera un reino en este mundo. Y había otros que deseaban ser considerados tan importantes como Jesús y tenían lazos cercanos con Él.
María Magdalena no tenía interés ni deseo por disfrutar las cosas buenas ni de ser amada bajo la sombra de la gloria de Jesús. Siempre se mantuvo cerca de Jesús como su sombra pero completamente humilde y sirviéndole. Nunca le dijo, “Los doce discípulos manifiestan un gran poder y obras maravillosas de Dios y reciben tu reconocimiento. Establéceme a mí también como un apóstol”. Sin esperar ninguna recompensa, alabanza ni honor, María Magdalena buscaba solamente ser una fuente de gozo para Jesús y confortarlo. En ocasiones, ella también sacrificaba su comida y aquello a lo cual tenía derecho no solamente por Jesús sino también por Sus discípulos.
Algunas personas podrán haber deseado hacer o disfrutar ciertas cosas pero cuando los acontecimientos no transpiran de la forma que han esperado, se contrarían. Están disgustados, pensando, ‘Es injusto que no se me haya dado esa tarea cuando tengo el entusiasmo, la fe y la habilidad, la gente no me reconoce’. Si alguien posee tal habilidad y fe, simplemente tiene que hacer todo lo que esté en sus manos para ser fiel en su posición actual. Una señal de codicia en un individuo es evidenciado simplemente con pensar, ‘la gente no reconoce mi trabajo’, o se molestan cuando una tarea no se le asigna a él.
Están incluso aquellos que dicen que están en el espíritu y procuran manejar la autoridad o influenciarla como tal. Implícitamente le dicen a otros, “Soy un hombre de espíritu a quien reconoce el pastor. Imiten mis obras”. Tales pensamientos y palabras provienen de un corazón que busca la propia gloria y fama. Si éste desea recompensar la gracia recibida, amará y servirá sin esperar nada a cambio y sin motivos egoístas.

3. Un corazón firme

Incluso en este mundo, las personas dicen que los “verdaderos amigos” son aquellos que siguen siendo amigos aun en los tiempos de dificultad. Cuando uno enfrenta dificultades o si las dificultades se prolongan, podemos ver cómo incluso los seres amados de esa persona cambian. Sin embargo, para María Magdalena, ninguna circunstancia o medio podía jugar un papel en su amor y servicio por el Señor.
Aun cuando Jesús manifestaba las obras de Dios frente a grandes multitudes y recibía la gloria por ello, ella le sirvió hasta el final sin darse a conocer. Cuando Jesús se fatigaba a causa de Su agotador ministerio, calladamente permanecía cerca de Él. Se aferró a Jesús incluso cuando fue azotado y colgado en la cruz. No pudo dejar pasar las lanzas y los escudos de las tropas sino que nunca se apartó del lado de Jesús. Pudo haber sido con facilidad objeto de persecución, haber sido capturada por la multitud furiosa pero María Magdalena no tenía miedo. Más bien, de ser posible, quería ser crucificada en lugar de Jesús.
Lo mismo se puede decir de Rut en el Antiguo Testamento. Ella no buscó por una forma de vida cómoda para ella después de abandonar a su desconsolada suegra. A pesar de todos los problemas que llegarían a ella, en su amor por su suegra permaneció al lado de Noemí. Cuando hay verdad en el corazón de alguien, ninguna circunstancia puede cambiar esa verdad. Ninguna aflicción o agonía puede de ninguna manera alterar el amor.
1 Juan 4:18 nos dice, “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”. No importa lo que nos amenace, no hay cambio en el corazón.
Alguna vez se ha quejado o renegado en medio de las pruebas, “Ya no soporto esto. No puedo hacerlo más. ¿Tengo que atravesar incluso por esto?”, e incluso dice para sí mismo, “Quiero tomar un descanso de esta tarea. Necesito alejarme por un tiempo”. Esto también está alejado de la verdad, una señal de cambio en el corazón. Cuando se está lleno del Espíritu, podrá haber ido tan lejos para confesar, “¡Yo cargaré Tu cruz!” pero, cansado incluso de las pruebas más pequeñas, ha tenido un cambio en el corazón. El amor y la pasión que alguno pueda haber tenido por el Señor se podrá haber enfriado, y reemplazado por la codicia mundana.
Por favor recuerden que Nuestro Señor desea que tengamos un corazón firme y puro como el oro, verdadero y que no cambie aun después de mil años.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, pueda cada uno de ustedes convertirse en una novia del Señor sin mancha ni arruga, alcanzando un bello corazón como aquel de María Magdalena, ¡Yo oro en el nombre de Jesucristo!

Entradas más populares de este blog

Para ganar honra

La providencia de una semilla

LOS SIETE ESPIRITUS DE DIOS